miércoles, 27 de julio de 2011

De cómo fue que me morí

A la alborada del décimo día con paperas y viendo que éstas no se tomaron suficiente confianza como para despacharme al mundo de los muertos, pues decidí, como hombre responsable de mis actos, que hoy era un buen día para morirse. Todavía no se sabía nada sobre el deceso del Joe, así que no me podrán tildar de copietas, más bien fue él quien llegó tarde a una fecha ya escogida por mí, pero igual, yo no soy tan egoísta como para no compartir mi día con otro, si cabremos todos en el infierno, cómo no lo haremos en los obituarios. En últimas, Shakespeare y Cervantes se fueron el mismo día o, más recientemente, como para los que no tienen tan buena memoria, Antonioni y Bergman, también sellaron sus cuentas con la vida con los mismos ocho dígitos del calendario.

Pero no quería anunciar mi muerte con los estridentes pedidos de auxilio, comprensión o simple solidaridad de mi amigo Brushenico, no quería hacer alarde de palabras que conmovieran a algún despistado feisbusnauta que seguro intentaría convencerme de que la vida vale la pena. No, señor, la vida no vale la pena después de diez días con una terrible fiebre, encerrado, sudando como un caballo, y lo que es peor, con las güevas hinchadas. El que me diga que esto vale la pena es porque manda mucho “huevo”. Así que preferí morirme en silencio, como un verdadero varón, como pa que no fuese alguien a salir con la originalísima literariedad de que esto era la “crónica de una muerte anunciada”. Últimamente me caen mal toda la panda de garciamarquianos, y por supuesto que me incluyo. Debe ser que la fiebre y el desvelo me tienen viendo el mundo patasarriba ¿o será bocabajo? En fin, el cuento iba de cómo fue que me morí. 

Pero antes de declararme muerto, tenía una última cosa por hacer, por supuesto no era redactar una carta de despedida, o cumplir un último deseo; simplemente quería evaluar si lo vivido había valido la pena. No lo creerán, pero para una mente acostumbrada a pensar en proyectos, esto era importante. Así que echando para atrás el carrete, como en las viejas caseteras, empecé a sentir ese zumbido tan particular de los días que se acumulaban en kilómetros de cinta y experiencias, qué culpa que mi memoria no sea digital con lo cual sólo digitar “uno” y “play” habría empezado el CD desde el principio. La cosa es que se me fue la primera hora con ese zumbido que de nostálgico pasó a insoportable y cuando hice la prueba como por ver qué tanto había atrasado, no era mucho, seguía en los últimos años. Así que aborté ahí mismo, pues si seguía por esa senda, me tocaría aplazar por lo menos un mes mi muerte, y no estaba dispuesto a darle tantas largas a un asunto tan urgente. Mejor intentar otra fórmula para evaluar el sentido de estos 33 años. Eso sí, no quería preguntarle a Yahoo, pues sus respuestas además de a destiempo, difícilmente son las que buscamos. 

Pero bueno, decía mi mamá que la cabeza no se hizo sólo pa’ acabar sombreros (advirtiendo que nunca pude acabar alguno, que con este cabezón no encontré uno de mi talla), así que me inventé una básica relación económica en que dividía mi dinero en efectivo D, entre todos mis días vividos R, todo calculado a la fecha de hoy. Entonces: $ 582.000 / 12.181 días = 47.8 $/día. El resultado no puede ser más descorazonador, cada uno de mis días no vale más que la moneda de menor valor en circulación. ¡Ni siquiera cincuenta pesos! ¿Y qué compra uno con cincuenta pesos? Ni una menta, porque ahora venden tres por doscientos. Así que con el convencimiento pleno de que mi vida, al menos como proyecto económico, había sido un fracaso era mejor morirse de una y no seguir desbalanceando la maltratada economía nacional, que me paga subsidios de estrato dos.

Entonces fue que me declaré oficialmente muerto en mi muro de Facebook, en últimas tengo derecho, que yo recuerde entre las cláusulas que uno acepta no aparece el que está prohibido hacerse el muerto o el marica, ya es bastante con regalarles toda nuestra información ¿o no? Hoy fue un buen día para morirse. Me declaro de aquí en adelante en permanente estado de descomposición, al menos hasta que me reintegre completamente a la tierra. Asimismo, todo lo que diga ya no podrá ser usado en mi contra, me tendrán que perdonar todas las deudas y mi palabra tendrá el valor de la nada. Les agradezco toda la cerveza que me invitaron y lamento no haberles permitido disfrutar más de las bondades amatorias de este cuerpo mío, ahora pasto de gusanos virtuales. Eso sí, nadie asegura que resucite al tercer día, o que algún malvado científico me reviva por alguna extraña circunstancia para apoderarse del mundo o, lo que es peor, que vuelva como un muerto viviente y me les quiera comer el cerebro en cualquier calle de Santa Librada un día de estos.

1 comentario:

  1. Ala caribeño, fina joya de maricadita discursiva, típica de calentanos tipo Marquez. Que el gusano literario siga apichando más espacios ciberneticos y nos siga brindando divertimento a los ociosos voyeristas que disfrutan viendo morirse a los amigos por la red.

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