martes, 8 de noviembre de 2011

Terror para quedarse frío


El páramo es una película exitosa, fallida, engañosa e innecesaria.
La ópera prima de Jaime Osorio Márquez se propone como un ejercicio de terror a la colombiana que, apoyado en una agresiva campaña de prensa, convocó a más de 250.000 espectadores a las salas de cine en sus primeras tres semanas en cartelera. En ese sentido, lo primero que se le reconoce a sus realizadores es cierta capacidad para la mercadotecnia, pues logran vender una película como si de un producto de consumo familiar se tratase, algo de por sí complicado en el difícil escenario de la taquilla nacional, tan llena de enlatados, remakes y refritos hollywoodenses; pero sería un pecado confundir el éxito comercial de una película con su calidad cinematográfica, lo cual es otro cuento.
El páramo es desde todo punto de vista una película fallida. Si algo tienen los géneros cinematográficos, con sus códigos narrativos de por medio, es la capacidad para generar ciertas emociones en el espectador. En ese sentido, así como a una buena comedia se le pide que nos mueva a la risa, la única obligación de un filme de “terror” es que logre generarnos algún tipo de miedo, suspenso o escalofrío, por no hablar del horror en su forma más elevada; para lo cual el director debe saber contar su historia apelando a una serie de recursos que no por tradicionales dejan de ser efectivos. Sin embargo, la premisa básica del terror es que el uso de los recursos (música, fotografía, montaje o banda sonora) por sí sólo no basta, si detrás no hay una buena historia que sustente la película, que envuelva al espectador, que le genere un grado de empatía con los protagonistas y, de paso, le permita sentir como propio el miedo expresado en la pantalla. Y es allí donde radica el fracaso de El páramo, pues en ella no hay más sino una exposición de trucos ya conocidos; un inventario de golpes efectistas tan viejos como el cine mismo, imágenes vistas hasta la saciedad, pero ni una pizca de originalidad.
La película intenta contar la historia de un comando de rescate del Ejército que llega a una base de alta montaña donde parece que han ocurrido hechos terribles e inexplicables. Así narrado, el argumento nos deja una impresión de déja vu, porque ese cuento nos lo han contado muchas veces. El páramo, que intenta venderse como algo nunca visto, no es más sino un reencauche falto de toda originalidad de una larga lista de películas que partían de la premisa “misión de rescate enfrenta monstruos inesperados”. Sobre ese mismo principio, pero con más seso, se realizaron las muy recordadas Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott o Depredador de John McTiernan, de las que El Páramo copia escenas completas sin ninguna vergüenza; pero creo que si hay una película a la que plagia esta obra paramuna es a un filme gringo de serie B titulado El búnker (Dir. Rob Green) estrenado hace una década y que va de un grupo de soldados nazis que se refugian en un búnker donde se supone que existen fantasmas, pero en la que al final se autoaniquilan entre todos. Sin embargo, a esta mediocridad del guión, se le suman elementos que supuestamente le darían un toque colombiano: vemos a unos protagonistas de todos los colores (¿en qué película bélica gringa no salen un negro, un latino y un indio?), un escenario de niebla perpetua (puede ser Chechenia, Afganistán o Nepal), tenemos un afiche de un espejo partido (el non plus ultra de la originalidad, si estos afiches no se hubieran impuesto desde hace mucho tiempo, como ejemplo la muy reciente Mirrors) y un hombrecito acobardado que al final mata al más malo de la película (¿dónde hemos visto eso?), aunque no falta el que ha visto en El Páramo una crítica a la patología de los batallones de alta montaña, a la concepción del terrorista en el marco de la seguridad democrática, pero creo que eso ya es ir muy lejos, pues la película ni siquiera permite una reflexión sobre el conflicto colombiano, sino que termina planteando el manido discurso de que el hombre es un lobo para el hombre, principio que se manifiesta con mayor fuerza en  situaciones extremas. 

El Páramo es una película engañosa porque propone contar una historia de terror en un ambiente bélico, pero se extravía a mitad de camino y deriva hacia un relato de locura colectiva en la que vemos cómo la paranoia grupal termina generando una ola de violencia que lleva a que el comando se autoaniquile sin la mediación de ninguna fuerza externa. En ese sentido, pasada media hora, la película deja claro que no existe ninguna bruja a la cual temer, por lo estamos ante un mero relato de suspenso militarista sazonado con alguna escena gore, por demás innecesaria; pero, entonces, lo que uno no entiende es cómo, a pesar de lo evidente del cambio de rumbo, el director insiste en seguir mostrando todo con los mismos códigos del terror, siendo que ya es imposible generar algún susto en la platea. Llegado a este punto, los responsables del filme mienten cuando venden una película por una cosa y resulta otra; engañan al respetable cuando cambian las reglas de juego a mitad del filme y se engañan a sí mismos cuando quieren seguir generando terror apelando a las cartas marcadas que ya conoce el espectador; y vuelven a mentir en el plano ideológico cuando pretenden, al final, que nos identifiquemos con un soldadito pobre diablo, cuyo único mérito es ser un asesino con cargos de conciencia que quiere conocer a su hijo. No, pues ¡pobrecito!
Finalmente, El páramo es una película innecesaria porque ya no se le puede perdonar a un cine que se hace, en buena parte, con plata de todos los colombianos (unos quinientos paquetes de recursos públicos) que vuelva a contar lo ya contado, con la excusa barata de que esto no se había hecho en Colombia. Una película con un tufillo comercial que aborta la posibilidad de hacer cine bélico de verdad, enmascarando todo en el papel aluminio del terror, que encandila a muchos, pero que no señala ningún camino para la cinematografía nacional, sino más bien un retroceso al cine cutre de Jairo Pinilla, que al menos excusaba su bastardía en la carencia de recursos, o la apuesta mucho más interesante de Al final del espectro, de los hermanos Orozco, un producto sin más aspiraciones que el aprovechamiento del filón descubierto por el cine de terror oriental.
En ese sentido, si se observa El páramo en relación a las otras trece películas colombianas estrenadas este año, se comprenderá que ésta se ubica a mitad de tabla, nadando en aguas tranquilas, con la certeza de ser un producto sin ninguna otra aspiración que la de llenar los bolsillos de sus productores y tampoco vamos a decir que hacer platica sea un pecado. El problema es que desde esa perspectiva comparativista, se descubre con desazón que nuestro cine nacional, con las pocas excepciones que confirman la regla, se encamina a un modelo de producción industrial, en el que la calidad está medida por la tecnificación de los oficios y la respuesta de la taquilla, pero dejando de lado la tarea más arriesgada de construir un verdadero cine nacional que nos permita mirar desde nuestros ojos la complejidad de la situación colombiana.