jueves, 23 de febrero de 2012

A llorar al mono de la pila

Ya salieron los resultados de los exámenes para alcaldes locales y las voces de protesta no han dejado de escucharse. Como es obvio suponer, ellas vienen de quienes no aprobaron el susodicho requisito para entrar en carrera olímpica por estos veinte puestos del poder en la Ciudad. Las amenazas de demandas vienen de todo el espectro político distrital, al punto que sólo hace falta que Petro olvide que ahora él es el ejecutivo y también salga a denunciar posibles arreglos. Porque eso sí, todo el mundo dice que en Colombia la justicia no funciona, pero aún así, ese mismo mundo de gente son los que demandan por todo. Con razón ya no hay lugar en los despachos para tanta lamentación judicial.

Ahora bien, El Espectador recoge la denuncia del concejal Javier Palacio (de la U y vinculado al carrusel de la contratación distrital) quien dice que se vendió el 20% del examen, que según él correspondían a la comprensión de lectura de un texto seudofilosófico de Fernando Savater. También dice que se pagaron diez millones de pesos por esas veinte respuetas. De por sí la noticia es curiosa por varias razones: primero ¿cómo es posible que se venda sólo el 20% de un examen, pudiéndose vender completo? ¿Quién paga toda esa plata por solo veinte preguntas correctas cuando necesita mínimo setenta para pasar? Si todo el mundo compró el examen ¿por qué sólo lo pasaron el 10%, un poco más del 7% de hace tres años? ¿Por qué se negociaron las preguntas de filosofía y no las otras? ¿Valen diez millones las inquietudes filosóficas de un pensador tan venido a menos como Savater? ¿Por qué el español y no Derrida, Delleuze, Zizek o Habermas que tienen más cartel? Averigüelo Vargas Lleras, porque está visto que Sherlock Holmes anda en otro viaje.

Mi humilde opinión es que detrás de todo esto se esconde un elemento central del debate sobre nuestra forma de concebir la educación, las capacidades y el saber. Todavía no hemos erradicado de nuestras cabezas la falsa idea que la capacidad de gobernar y el saber individual están ligados a la memorización de leyes y a los títulos que pueda mostrar un candidato a cualquier cosa, así como a los generales se les  piden charreteras y soles de todos los colores. Antes del examen las apuestas jugaban a favor de quienes llegaban con una formación académica seria que abaniqueaban las “pollas” con cartones de todas las universidades; o los viejos zorros de la política local que se las saben todas en términos de clientela. Y los grupos de ediles se jugaban su futuro político en la aspiración de que sus pupilos pasaran a la siguiente etapa. Pero me parece que para gobernar bien sólo se precisa saber tomar decisiones y tener una ética a prueba de balas, y ninguna de esas dos cosas la enseñan en alguna facultad. Eso es tan cierto que a ninguno de los más de dos mil aspirantes se le exigía un cierto nivel académico o título en una cierta rama del saber. 

Así, pues, cuando parecía que todo estaba arreglado se atravesó la Universidad Nacional, que debe ser la institución más seria en procesos de admisión, la de más bajos índices de admitidos en relación al número total de aspirantes y para la que  -con excepción de disciplinas artísticas- no se exigen otras pruebas de ingreso; al punto que sus procesos son menos manipulables, por lo que nunca se ha rumorado, siquiera, que sus exámenes se vendan en la esquina o que sólo los pasan los hijos de papi que los pueden comprar. Por lo cual me parece que intentar manchar el nombre de la Universidad Nacional en un supuesto fraude procesal no puede ser más sino otra argucia de la derecha que insiste en acabar el alma mater, la que según ellos sólo es un nido de guerrilleros.

El examen que le hicieron a los candidatos es similar al de ingreso a la UN. Yo pasé dos veces ese examen en igual número de circunstancias. Una vez a ingeniería civil y otra a literatura, y puedo decir que me parece el examen más justo y democrático de los habidos en esta tierra de la uchuva. Allí todos juegan en las mismas condiciones, y lo que es igual para todos, no es ventaja para nadie. Es verdad que se presentan 60.000 y pasan 5.000 estudiantes por semestre, un resultado similar en términos de porcentajes al de esta consulta; pero la Universidad no repara en si esos 5.000 son sobrinos de los cuatro cacaos de la economía nacional, o simples muchachitos de algún pueblo perdido en la serranía de la Macuira. Esa es una forma radical de entender la igualdad, pero no se presta a engaños. Así mismo, en este proceso, a quienes pasaron no se les preguntó si se habían presentado con carta de aval de un edil, de un concejal, del primo de Petro o simplemente por el hecho de ser ciudadanos, no estar inhabilitados, vivir en Bogotá y aspirar libremente a ejercer el utópico derecho de ser elegidos. 

Ahora bien, todo esto tiene que ver con nuestra forma de concebir la democracia. Hace mucho tiempo nos convencieron que una persona de a pie no puede meterse en política si no tiene plata para hacer una campaña, o si no tiene un padrino que lo respalde. Eso del derecho a elegir y ser elegidos es un simple verso que se repite sin sentido. Política es sinónimo de dinero, al punto que lo segundo es requisito de lo primero, por lo cual no es raro que todos los arribistas quieran jugar en la arena electoral. Pero, esta lógica de elección de alcaldes locales riñe con esa forma tan nuestra del clientelismo. Si los ejecutivos locales se eligieran por voto popular, las campañas no bajarían de los trescientos millones de pesos, y ¿Cuántos ciudadanos podrían darse ese lujo? Pero un proceso en el que cualquiera se puede inscribir con unos requisitos mínimos abre un boquete en nuestra democracia representativa y, hasta cierto punto, por ese intersticio se pueden colar en el poder personas que de otra manera no podrían hacerlo. Yo celebro que eso suceda. Me emociona que amigos, vecinos, profesionales de los territorios, quieran ser alcaldes de la localidad en la que han vivido y a la que conocen como nadie. Ese sueño no nos lo pueden robar.

Y después que todos se inscriben, aparece un examen que mide la capacidad de los candidatos de pensar lógicamente, de comprender relaciones entre fenómenos, porcentajes, razones de cambio o, simplemente, de entender lo que leen. Eso es lo mínimo que debe saber hacer un alcalde y si una persona no es capaz de tomar la decisión correcta en un ejercicio de simulación a partir de una información dada, mucho menos lo podrá hacer en un ejercicio real de poder. Lo contrario sería como permitir que a una persona que no ha pasado un examen de conducción se le expida un pase para manejar un vehículo, con el riesgo social que ello implica. Y no olvidemos que un alcalde es precisamente una especie de chofer que señala el rumbo de una localidad. Es en esta instancia donde se mide de una manera inobjetable quién está preparado para gobernar y quine no lo está, así esa persona sea un brillante profesional en su disciplina, pues está visto que el liderazgo y el buen ejercicio del poder no son dones distribuidos equitativamente entre los humanos.

Pero ahora resulta, que los resultados no fueron los que esperaba la clase amañada de la política distrital, que sus candidatos salieron chamuscados en muchas localidades, que se quedaron con los ases bajo la manga porque el juego venía trocado y ahora los ediles tendrán que elegir ternas entre ciudadanos que aún con muchas capacidades, en otras circunstancias, no tendrían la mínima posibilidad de ser alcaldes de su terruño. Es como si en un juego de dominó, alguien le hubiera dado un manotazo a la mesa y se hubieran confundido todas las fichas, no dejando otra alternativa que rebullir y jugar de nuevo. Ahora esto vuelve a empezar y las Juntas Administradoras Locales deberán tomarse en serio la tarea de escoger los mejores candidatos, entre los más capacitados. Un examen los puso en esa tarea. Y ese camino me parece que es el indicado. Así pues, si ya Platón creyó una vez en el rey-filósofo como alternativa a la simple democracia de las mayorías, yo también espero que los más capaces nos gobiernen, ya que los otros no pudieron siquiera pasar el examen. He dicho.

Coda: en Usme me emociona que personas como Cristina Nieto y Jorge Gamboa estén en la baraja de los seis aspirantes. Ellos, más otros profesionales, nacidos, criados y habitantes de esta tierra merecen ser alcaldes. ¿Si no son ellos quienes más? Y a los que perdieron su oportunidad no les quedará otro consuelo que ir a llorar al mono de la pila, como decían las abuelas.