jueves, 16 de mayo de 2013

Un decálogo sobre cineclubismo*



A partir de mi experiencia de nueve años como coordinador del Cine-club Caldo Diojo, me propongo presentar una serie de reflexiones sobre el cineclubismo como una práctica pedagógica informal en que un público diverso adquiere una serie de herramientas y saberes para interpretar las películas como cuerpos semánticos producidos, distribuidos y consumidos en el marco de un campo cultural preciso. En ese sentido, la propuesta plantea la necesidad de una reflexión crítica sobre la práctica de un cineclubismo inmanente a la Escuela en un tiempo en que las imágenes hegemónicas han colonizado la mirada del espectador.

I.                   Mortinatalidad de los espacios que ofrecen cine
Existe mucha gente que proyecta películas, pero pocos cineclubes. Es decir, que sólo algunos grupos lograr superar el mero entusiasmo amateur, para construir un proyecto de largo aliento. Así pues, el primer requisito para que un espacio se llame cineclub es que logre continuidad en el tiempo, que se institucionalice, que adquiera una identidad particular, lo cual no significa siquiera que se mantengan los mismos nombres del principio, sino que perviva la idea del quehacer colectivo, así como su autonomía frente a los poderes que intenta limitar su acción.

II.                Los descendientes de Stuart Mill
No siempre lo que es útil es bueno, ni viceversa. No se puede reducir el cine a mero objeto ilustrativo de otras cosas, en el ámbito académico, moral o político. El cine-foro no es la solución, es el problema. Es bien cierto que, por su mismo formato, las películas se adaptan a la dinámica de la clase o de la tertulia, pero se equivocan quienes creen que un filme es sólo ilustración de una novela o de una cierta teoría, pues ello conlleva hacia una lectura unidireccional del cine que enfoca el objeto sólo desde una mirada, pero olvida el resto del cuerpo semántico. Así, pues, el reclamo es por la autonomía del cine en tanto medio expresivo, que no se reduce a simple comparsa de la Escuela, sino que puede permitir un diálogo de saberes mucho más integral y productivo.

III.             La pedagogía del cinéfilo
Nada espanta tanto al espectador como la charlatanería y los culebreros paisas. El programador de un cine-club está muy cerca del curador de una exposición. Debe ser un conocedor en extenso del material que proyecta, para que pueda con un par de obras mostrar el paisaje completo. El cineclubismo requiere un constante ejercicio de lectura, formación y academicismo por parte de sus abanderados. En ese sentido, el primer proceso de aprendizaje lo vive quien proyecta la película.

IV.             La película comienza cuando termina
En un tiempo en el que se consigue todo el cine del mundo gracias a Internet, o en el agáchese de la esquina por mil, la película nunca es suficiente y ella sola no hace verano. El proceso de apropiación y apreciación cinematográfica se debe realizar en contexto intertextual, poniendo en diálogo películas y creadores con otras instancias del mundo. En ese sentido, por ejemplo, Caldo Diojo se adscribe a la política de autores enunciada desde Cahiers du Cinéma, es decir que cada ciclo se presenta como una unidad y en él se busca dilucidar la visión del director en cuestión. A ello se deben sumar las ayudas didácticas: carteles promocionales, ficha técnica, presentación en diapositivas, ejercicios interpretativos, videos documentales, microanálisis, etc.

V.                El cliente es nuestra razón de ser
El cineclubismo se sustenta en el respeto por los asistentes. Esto significa que cualquier práctica de apreciación fílmica debería ser libre, autónoma y bajo las mejores condiciones logísticas y técnicas. Hay cosas que no se deberían permitir: programar cualquier cosa por salir del paso, cambiar la película anunciada, no cumplir el horario, dejar una película sin terminar, engañar al espectador, carecer de difusión, proyectar en cualquier parte, presentar obras en versiones editadas, dobladas, con pésima calidad de imagen o sonido, entre otros pecados.

VI.             En el imperio de los sentidos
Un cineclub opera en un campo específico del saber y la cultura. Asimismo, la apreciación cinematográfica no ocurre en abstracto, sino que está mediada por un imperio de las imágenes y una forma del relato audiovisual dominante. En ese sentido, un cine-club no debe desconocer el contexto en el que opera, ni el tipo de público al que se dirige, que en la actualidad es el de la generación de la imagen. A partir de esta lectura se debería plantear una programación que optase por la ruptura frente a las formas del cine hegemónico.

VII.          El cineclub no es el circo
Un cine-club no vende palomitas de maíz, no compite con la cartelera, ni debe buscar el mero entretenimiento pasajero dándoles a sus asociados lo que Ramonet llama "golosinas audiovisuales". Lo democrático no es la presentación de la película que quiere ver el público, pues “el público reclama siempre la historia que conoce mejor”, sino la democratización de las miradas sobre el mundo.

VIII.       Erotismo sin pornografía
Un cine-club no puede mostrarlo todo, ni en su programación, ni en sus apuestas formativas. Siempre queda un espacio de encuentro entre cada espectador particular y la película. En ese sentido, los ciclos no pueden ser totalizadores, ni los foros pueden cubrir todos los aspectos de la obra, pero se debe apostar por señalar caminos que el asistente pueda seguir en solitario. El cineclubista debe ser una especie de policía de tránsito en la autopista del audiovisual.

IX.             La herencia del perro andaluz
Se pueden presentar mil películas, pero no necesariamente eso construye una mirada crítica sobre lo visto, en tanto a veces se genera un “efecto paisaje”. En ese sentido, si el cine –como bien lo sabía Lenin- es un poderoso transmisor ideológico, el análisis debe penetrar sus significados más profundos, de tal manera que el asistente vaya cuestionando poco a poco el producto que consume. Así pues, el cineclub debe ser el espacio donde se rompe la asociación del cine con el ocio y el consumo.

X.                El cineclub es una escuela
El objeto de un cineclub es el estudio, análisis y conceptualización sobre el cine como discurso siempre en tensión con la vida. En ese sentido, este espacio viene a suplir las deficiencias de la educación que imparte la escuela, por lo que debería profundizar en las competencias estéticas, éticas e ideológicas del ver. Esto implica que el espacio de cine-foro es fundamental para aprender o desaprender el mundo, en un diálogo diverso donde se ponen en cuestión los sentires y saberes del público asistente, con la mediación de un moderador que no impone su verdad, sino que posibilita las interpretaciones plurisignificativas de la obra presentada.

* Resumen de una ponencia presentada en el marco del Festival Internacional de Cine de Bogotá 2012.