sábado, 30 de mayo de 2015

Carta abierta a un hombre libre

Compadre, Morris:

Así estamos, consternados, rabiosos, incrédulos, con ganas de que no fuera cierto. Las noticias sobre tu captura por agentes de la Fiscalía en medio de tu taller, de los estudiantes a los que enseñabas el amor por esta tierra y su patrimonio, tu verdad más sencilla, nos llena de oprobio, nos cubre de vergüenza a todos los que te conocemos, a los que te queremos sin más, pero también sin menos, a los que desde hace tantas lunas caminamos el territorio a tu lado.

Dicen, porque la gente siempre dice, que te acusan de crímenes horrendos, que has escupido el nombre de los dioses, que has cometido las peores bajezas. Ladran, porque los perros siempre ladran, que tu nombre se cotiza a la baja, que tu amistad es una mácula que uno debería lavarse en el mismo río que nos descubriste a tantos, que tu sola mención hace persignarse a los más ancianos y correr llenos de espanto a los más pequeños.  Te acusan, porque en el mundo no faltarán los índices condenatorios, de pederastia, y es como si al decirlo, los jueces bajaran la voz, se disculparan por mencionar una palabra tabú, por decir lo innombrable. Y al final, las mayorías te condenan, porque es lo más fácil, porque así somos, paranoicos, implacables.

 Y, entonces, ¿qué nos queda a nosotros tus amigos, tus cómplices?, ¿qué debería uno decir en estos casos?

Yo digo que sí, que tienen razón quienes te acusan de pedofilia, y la tienen en el sentido más profundo, más radical del término, en su acepción primera de “amor por los niños”, porque era amor y no otra cosa lo que te movía a educarles, a dedicarles tu tiempo, tu vida. Pero no era un amor excluyente sino que hacía parte de una totalidad que se propagaba a otros, a los ancianos, a los jóvenes, a las señoras, a todo el mundo. Lo que vos has tenido es una filia enfermiza por estas montañas y sus gentes, más allá de cualquier otra cosa. Y ese amor es lo que te hace parecer a muchos ojos como un desviado, un raro, un anormal. Si hubieras cultivado odio, envidias, egoísmos, serías completamente aceptado por el rebaño. En eso somos una sociedad dispuesta a condenar el amor en primera instancia. Lo hemos condenado siempre en nombre de la moral, de la ley, de las buenas costumbres. Lo seguimos condenando en personas como vos.


Así estamos ahora, consternados, rabiosos, incrédulos, viendo cómo la espada de Dámocles pende sobre tu cabeza, cómo se relamen quienes piden para sí el placer de tirarte la primera piedra, de condenarte sin remedio como al peor de los rufianes. Si hubieras matado a alguien, seguro te iría mejor. Muchos te comprenderían, estarían de tu lado, hasta asumirían tu defensa, pero no, estamos más dispuestos a la comprensión de los que siegan vidas que de los que siembran flores.  Y son muchas las que sembraste por estos lares.

En tu caso, ya se veía venir la tormenta. Ya era raro que alguien no tuviera otra misión sino andar por ahí, de arriba abajo, de abajo arriba, predicando el amor por Usme, por su historia, por sus patrimonios, por su ancestro. Ya era muy raro que alguien se empeñara en recuperar la palabra ancestral, el lenguaje de las gentes de Mú, la lengua de los sabedores de antaño. Ya era demasiado raro, que te pararas en la raya, que te saltaras las vallas, que mantuvieras tu voz firme contra las cementeras, los urbanizadores, las expoliaciones, los abusos del capital, en este nuestro patio. Ya era más raro todavía que hubieras permanecido incorruptible en un escenario en el que los líderes se venden por mermeladas, tamales y puestos de pacotilla. Mientras otros daban el salto de lo social a lo burocrático y trocaban sus mochilas por chaquetas acolchadas con las insignias del distrito, vos seguiste avanti, sin tregua, en la misma pelea eterna por un poco, solo un poco, de dignidad para la tierrita y sus gentes. Y eso es lo que deberías pedirnos ahora: un trato que tenga un tris de humanidad, un mínimo de solidaridad por la persona que eres en este tránsito difuso, terrible.

Ahora, mientras otros niegan tu nombre, yo digo presente, pero no para defender tu causa, que para eso ya tienes abogados. Digo presente para recordarle a otros, para recordarme a mí mismo, lo mucho que te debemos, lo tanto que nos has dado. Digo presente para recordar que te conocí hace once años y desde entonces supe que eras una bonísima persona y que en tu abrazo cálido cabía el mundo. Digo presente para rememorar todos los encuentros, todos los caminos transitados, todas las batallas, todas las veces que en torno a un tinto nos supimos llamados a meterle sueños a la candela. Digo presente por todos los que seguimos tu ejemplo, tus palabras, tu estela. Y digo presente por los que te usaron, se aprovecharon de tu bondad, treparon sobre tus hombros para comerse las frutas maduras y después, cuando ya no quedaban más manjares a su alcance, ¡zuácate!, te mordieron en la yugular.

Así estamos ahora, consternados, ansiosos, a la espera de noticias tuyas. Blanquita me cuenta que en La Picota te enferma la comida, el asinamiento, el encierro, la falta de aire. Y yo te pido que resistas, que seas valiente, que no te rindas. Te pido, por todos los que esconden la cara, que le pongas tu frente al sol, que te levantes cada día con la misma convicción con que subías la montaña, un pasito a la vez, un paso más cerca, un paso más arriba, que al final, cuando asciendes y ves el mundo desde lo alto es cuando sabes que todo tiene un sentido, que no hay arriba ni abajo, sino hombres en el camino, consciencias marchando hacia la libertad, que quizá sea la comprensión de la condición humana, de eso que somos entre luces y sombras.

Compadre querido, otros celebrarán tu caída, echarán a volar su inquina, se embriagarán con el cáliz amargo de sus pequeñeces, pero aquí estamos los menos, dispuestos a continuar trasegando con los mismos bueyes, convencidos de que la tierra está buena para sembrar y de que tu palabra es un alimento para el camino. El proceso no es sino una forma más horrible de matarte, pero no saben que ya eres semilla, que podrán encarcelar tu cuerpo, pero hay algo irreductible de tu humanidad que no podrán poner en el cepo: el amor por la vida.

Y como el amor con amor se paga, te escribo para que sepas que no estás solo, porque no puede estar solo quien camina.

Con el afecto de siempre,  Rodolfo.

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