miércoles, 3 de agosto de 2011

Midnight in Bogotá


A mi vecina la robaron ayer. Me da risa imaginar que a la pobre anciana también la hubiesen violado. Creo que con eso la historia tendría más morbo, sería digna de contarse; lo otro no es sino una anécdota de una cucha a la que cada determinado tiempo los ladrones se le llevan los pocos electrodomésticos que consigue entre robo y robo. Anoche intentaron llevarse el registro del contador del agua de la casa donde vivo. Esta mañana amaneció un reguero en la calle y sin una gota en el baño. Me tocó darme una ducha de gato con medio balde que logré sacar de la alberca. Hoy quería salir a la calle, volver al ruido, al sol. Ya estaba bueno de tanto encierro.

Salí pasado el mediodía y me comí el churrasco más jugoso que yo recuerde. Debe ser que con las paperas también se me atrofió la memoria gustativa. Hacía un bonito día de sol, así que tomé el colectivo que va por Lomas y me ubiqué del lado de la ventana más caliente. Me fui con el cachete bien pegado al vidrio tratando de ver las novedades del camino. En la entrada del Danubio me sorprendió el mural de un candidato a edil que sigue reclamando su juventud como prenda de garantía política. ¿Esa no era su consigna de hace tres años? ¿Cuánto tiempo más será el edil joven? ¿Después vendrá el edil adulto o el edil anciano? Y ¿será que existen las campañas del edil indio, pobre, campesino, homosexual, niño, negro o gitano?, como si cada condición particular fuese una caución electoral ¡Dios nos libre de las juventudes que reclaman favores por su condición, como si esta enfermedad no se curase con los años!

Más adelante se sube una señora que vende colombinas y después el que vende caramelos. Le compro golosinas a ambos. Preciso probar el dulce sabor del bus urbano. En una pared alguien le deja un mensaje a una chica tratándola de “perra y zorra”, pobres animalitos, como si ellos tuvieran la culpa. Paso por Lomas y veo la ciudad que se extiende diáfana, abajo, entre los destrozos de las obras sin terminar. Aterrizo en el Centro, entre el revoltillo de olor a pueblo y banderas de la fiebre mundialista. Ni un solo extranjero. Bueno sí, ahí sigue Bolívar, que a todas estas era veneco, con su cabeza cada vez más blanca de cagada de palomas. Una señora que vende maicito dice que ayer fue un buen día, que se hizo cuarenta lucas. ¿Cuánto hará en los días malos?

Subo hasta la biblioteca Luis Ángel Arango. Necesito renovar mi carnet clase B, el más barato de todos. La chica que me toma los datos me pide una referencia de un familiar que viva en Bogotá, le digo que estoy solo. ¿Profesión? Desempleado. ¿Es estudiante? Sí, pero no. ¿De qué? Literatura. ¿Está matriculado? No. ¿Está inscrito en otra biblioteca? Sí, en la de Marichuela. Uhmmmm, pero esa no me sirve para hacerle el descuento. Lástima, esos cuatromil pesitos se perdieron. Salgo estrenando carnet y me encuentro con una miniferia de libros en el hall. Siempre hay una. Me paseo mirando títulos. Mucha poesía española, algo de teoría política y al final del stand unos títulos de literatura. Mis ojos se concentran en “Bouvard y Pécuchet” la novela que Flaubert dejó inacabada al morir, de la que siempre nos hablaba la profe Patricia Trujillo en la Nacho. Queda un ejemplar y me lo traigo. Luego compro el último Kinetoscopio. Salgo otra vez a la ciudad.

Subo hasta la plazoleta del Rosario. Hay otra especie de feria del libro en una gran carpa. Doy vueltas mirando aquí y allá. Tengo la intuición de encontrarme a alguien. Miro a lo lejos y ahí está el viejo Cesar. Atiende un stand de Anagrama. Me recomienda libros en oferta.  Tengo una pila en mis brazos. Títulos que nunca leeré. La elección es difícil, pero me decanto por “En la carretera” de Jack Kerouac. Démosle una oportunidad a la generación beatnik. No tengo dinero en efectivo, así que pago con tarjeta débito. Me siento imbécil haciéndolo. ¿Quién cuenta la plata? ¿De qué serie son los billetes? ¿Y las vueltas? El absurdo de las abstracciones. Sigo adelante y un cigarro me lleva entre la masa de la calle.

Camino hasta el Multiplex Embajador, ese que queda detrás del Terraza Pasteur. Quiero ver la última película de Woody Allen. Un par de llamadas, pero nadie contesta. Esto es la soledad. Espero la siguiente función como un imbécil con mi bolsa de libros, un tarro mediano de crispetas y una gaseosa gigante en la puerta del cine. Termina la proyección previa y me asalta otra intuición, detrás de la cual aparece la mujer con la que pasé los últimos cinco años de mi vida. Ha visto la peli y viene acompañada. Comentarios de ocasión. ¿Vienes solo? ¿Para qué pregunta si es tan obvio? Pienso en las rutinas compartidas, en los pasos que desandamos siempre. Afuera suenan los fuegos artificiales.

La película empieza después de un cortometraje insufrible sobre un supuesto inventor, negro y colombiano. Tan raro, yo pensé que esos sólo servían para patear una pelota. ¿Qué qué inventó? Ni puta idea. Nunca lo dicen. Después viene “Medianoche en París”, una inmersión más bien chapucera del viejo Woody en la mitología de la Ciudad Luz. Por supuesto no falta Hemingway y la referencia a “París era una fiesta”. Recuerdo que la mujer con la que me crucé en la puerta me regaló esa novelita una tarde soleada como esta, pero no pasé del prólogo. Nuestras vidas que giran y giran sobre los mismos ejes oxidados. No me cabe una palomita de maíz más en la panza. Termina la función y vuelvo a la calle. Camino ligero de equipaje. Me gusta este ambiente, los mendigos en sus harapos, la gente que pasa, la brisa fría que me recuerda las noches de Valledupar, los puestos de comidas más olorosas que rápidas, las hamburguesas del diablo, un lugar donde promocionan tarde de fútbol del mundial “South Africa 2010”. ¡Cómo que no quitaron el cartel de hace un año! Me subo a un Trasmilenio que dice que “Bogotá es fútbol”. Puro folclorismo criollo.

Como los articulados Norte-Sur vienen “teteados” o “siliconados” para ser más play, me voy en la dirección contraria de la gente. Tomo un D3 hacia el norte, no me resisto tanta multitud. No es conmigo el apretujamiento del proletariado. Dejemos bajar la marea de los pobres trabajadores, con su cansancio y su afán de llegar a la casa. ¿Nadie les ha dicho que por culpa del mundial hoy tampoco hay telenovelas? Ahí afuera está la noche bogotana, tan llena de putas, ladronzuelos y abogados. Voy bien lejos y regreso en un gusano rojo que dice “Ruta Fácil”. En este nunca me pierdo. Pero ¿con qué me encuentro? Primero un parche de ñeros que en el puesto de los músicos vienen dejando oír toda la estridencia de eso que llaman rap, que debe ser otra cosa, pero seguro música no es. Y para completar: un limosnero. Pero, ¿esto qué contiene? ¿No dizque Transmilenio dignificó la vida del pasajero? ¿Qué van a pensar de nosotros los tres gatos que vinieron a ver el mundialito? Para tratar de amainar la pesadilla me siento al lado de una morena de curvas bien proporcionadas. De esas que no te dirigen una mirada en toda la ruta. Saco un libro y me pongo a hacer que leo. Nada, como que con ella no funciona la pose intelectual. Seguro que también le gusta el rap.

Llego al portal Usme y resulta que cambiaron la parada del alimentador Marichuela. ¿Cuándo fue eso? Hace dos meses. No puede ser, yo sólo estuve enfermo quince días. Tengo otra intuición y me encuentro con una angelita de la noche. Hoy es un día de intuiciones. Vuelvo a mi casa. Es medianoche y no suenan las campanas de Notre Dame. Ni siquiera una sirena de ambulancia. La vecina debe tener pesadillas con los ladrones. A lo mejor sueña una violación que esta vez no fue. Paso doble seguro y tranca a la puerta. Me pongo a escribir y siento que he vuelto a la vida. Soy de nuevo un gusano de guayaba en su pulpa.

2 comentarios:

  1. Faltaran ediles escritores, ex drogadictos, entre otros por aparecer..

    Viejo Gusano Guayabero, Un texto ligero que empieza tímidamente y luego da a conocer toda tu prosa costeña....

    Me alegra que se enfermera, para renacer tecnologicamente... Se cuida hermano y estamos charlando en una tertulia.. Viejo Ramon

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  2. Me gusta!!!!!!! le perdonó que haya comido maíz en esa película, jajaja ....la semana pasada, luego de unos tintos en el café pasaje y de escribir un rato, salí y me encontré a Cesar y bueno aparecieron los Libros. La Bolañitis continúa... ahora me creo y siento Auxilio Lacouture...fue chévere leer este texto y recordar a Cesar diciéndome que usted había pasado por ahí...y bueno... las paperas han sido muy productivas, quién iba a creer que después de semejante hinchazón apareciera este Rodolfo Reloaded

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