domingo, 14 de agosto de 2011

¡Viva México, cabrones!


Hoy amanecí con el dulce sabor de la eliminación en la boca.
Después de una noche de sueño tranquilo, supe que mi selección Bavaria se había convertido en un monstruoso equipo eliminado. ¡Qué dicha tan amarilla! Igual que con las paperas, esa fiebre mundialista ya me tenía con una güeva hinchada, como diría el cardenal Ratzinger.
Anoche hubo un silencio sepulcral en el barrio, después que todo eran vuvuzelas, cornetas y borrachos pregoneros que se les mete el bicho del patriotismo cada vez que alguna condenada selección, así sea de tejo, gana algo en alguna parte, que debe ser cada semana. Con tantos torneos y alharacas ya no sé ni qué es lo que se celebra, que pasamos a cuartos, a octavos, que clasificamos a no sé qué mundial, que fuimos los mejores perdedores, la revelación del torneo, que hay esperanza o esperanzas de Toulón, que dejamos una buena imagen, que jugamos como nunca, pero nos faltó suerte. Excusas de la gente pa’ emborracharse, darse en la jeta y molestar a los vecinos. Pero, anoche dormí tranquilo porque perdimos y eso me hace levantar de buen humor.
Debo admitir que no vi el partido, para qué si ya se conocía el final de la novela después de ese fiasco con Costa Rica, a la que le ganamos seguramente porque “dios es colombiano”, o porque en Caracol cada vez que va perdiendo la tricolor ponen “Colombia tierra querida” y se nos hacen milagritos arbitrales. La cosa es que después de ver ese carnaval de equipo, peor que la coreografía de inauguración del mundial o que el baile de las policías en Medellín, ya se sabía que esa comparsa de Lara no iba pa’ ningún Pereira, donde se jugará la semifinal. Es que en siete años con este tecnicucho se demostró que era falsa aquella frase de que no se puede jugar peor al fútbol. Con Lara eso siempre es posible, hasta el infinito y más allá.
Hay eliminaciones dolorosas, para las que no basta con frotarse dolorán. Derrotas que nos dejan en la orfandad, en la malparidez existencial, como aquella vez que Camerún nos sacó del mundial de Italia. ¿Cómo conciliar el sueño después de esta escena: el loco Higuita regalándole un gol a un anciano que se iba a bailar una cosa que parecía champeta al banderín de la esquina? No, esa pesadilla me duró cuatro años. Después, el fracaso de USA 94 sólo fue un carnaval que terminó con el entierro de un Joselito llamado Andrés Escobar. Las demás son eliminaciones comunes, sin drama, a las que ya nos acostumbramos. No clasificamos a un mundial hace trece años y no pasa nada, pero la de anoche, contra los manitos, es una eliminación feliz. ¡Cuánta razón tenía Maturana cuando dijo que “perder es ganar un poco”!
Ganó la verdad y perdieron todos los falsos profetas: ¿a quién se le ocurrió esa mentira monumental de que íbamos a ser campeones mundiales? ¿Con este equipito? ¿Con este tecniquito? Ya nos pasó una vez y volvemos a caer en el error del autoengaño. Ya se sabía desde hace tiempo que esa selección no jugaba a nada, que en el torneo suramericano nos eliminaron del mundial y participamos sólo por ser locales; que los resultados eran mentirosos porque nos pusieron contra unos franceses mareados por la altura y contra equipos de un cuarto de pelo o que cuando nos tocara con un equipo de verdad íbamos a salir volando como pepa de guama. Como siempre, el problema no es por falta de jugadores, que seguro los hay, muchos y buenos, en la geografía patria. El problema es, básicamente, que no teníamos un director técnico, lo que se evidencia en que este equipo carecía de una idea táctica, de estrategia, de identidad, de temperamento o de variables acordes a cada situación del partido. Por lo visto de eso no sabe nada este señor, cuyo mayor logro deportivo fue haber ascendido una vez al Quindío de la Primera B. Un técnico de segunda, que ni siquiera supo escoger a los mejores y que, hasta el final, se aferró al genio individual de un par de jugadores, para que lo salvaran del naufragio. Sin embargo, los medios insistían en contarnos una realidad que no coincidía con lo que mostraban las pantallas. Dizque los superpoderosos, los tres mosqueteros, la furia colombiana, el ballet amarillo, la verraquera, pues, mijo. Nada, un equipo pegado con las babas de Lara. Y los mejicanos ahí, songos sorongos, sin mucho esfuerzo nos despacharon rapidito, porque esa es la lógica del futbol.
Perdió la mentira de “nuestra selección”. Este era un equipo montado por los dirigentes, amigos del técnico y dueños de los pases deportivos de los jugadores (esa forma de esclavitud no erradicada del fútbol que dice que un negrito del Pacífico pertenece a un empresario paisa); quienes se llenan los bolsillos de plata cada vez que venden a uno de estos morochos al exterior. Y como era agosto, tiempo de cometas, nadie mejor para elevarlas que el señor Lara, “cometero” como ninguno. Los dirigentes (por no decir Hernando Ángel, dueño de tres equipos de fútbol) pagan la comisión para que pongan a sus jugadores y así estos se cotizan en el mercado, para después exportarlos a otras ligas, un típico modelo de producción de futbolistas de negrocultivo. Entonces, por decir algo, uno pregunta: ¿Dónde están los jugadores costeños? No había ninguno, con la excepción de dos atlanticenses que los traficantes del fútbol se llevaron de pelaos para Cali. Seguramente por llamar a Leiner Escalante, el goleador del año pasado del torneo sub-20 nacional, los directivos del Junior no estaban dispuestos a pagar las coimas que otros sí pagan. Entonces es una mentira que esto fuera un combinado patrio, era una selección del Valle del Cauca, como en los noventa las juveniles eran paisas. Las roscas que cambian con el tiempo, con la misma dinámica de los ejes del poder narcotraficante tan asociado a nuestro fútbol.
Perdió la mentira de “nuestro mundial”. Este es un evento montado por la FIFA, una entidad sin alma, pero con ánimo de lucro, para quien todo es negocio, puesta al servicio de las seis multinacionales que financian sus torneos. Es decir, ellos son los dueños del aviso. ¿Alguien vio siquiera una valla de Café de Colombia en un estadio? No, señores, el mundial es un circo que va de pueblo en pueblo vendiendo su espectáculo, pero no cualquier circo pobre. Así que es ingenua esa alegría de los medios por el récord de taquilla, lo que sólo implica que una millonada de chibchombianos pagaron por ver un mundialito al que no vienen los mejores jugadores (¿Dónde están los brasileños Neymar, Lucas y Ganso, por poner un ejemplo?), con equipos como Guatemala y Guatepeor, pero cuyas boletas se venden a precio de oro y cuya recaudación se va completica para las arcas de la FIFA en Zurich. Eso, sin hablar de las estratosféricas cifras que se invirtieron del erario nacional en remodelación de estadios, a lo que se añade que los dirigentes excluyeron a tradicionales plazas futboleras como Ibagué, Cúcuta o Bucaramanga de la fiesta mundialista, en beneficio de pueblos como Armenia, Pereira o Manizales. ¿Para qué se tiene un estadio como el Metropolitano, el mejor de Colombia, si sólo se le dan cuatro partiditos? En fin, que el cuento del mundial no es más sino un negocio redondo multinacional del que son muchos los excluidos, empezando por los pobres amantes del fútbol, como este redactor, quienes se deben conformar con la transmisión televisada, pues qué importa que se juegue aquí o en la Cochinchina, si no hay pa’ la boleta. ¡Qué boleta!
Gana la tranquilidad: Qué bueno volver al sosiego de esos días sin fútbol, sin bocinas, sin gente enfebrecida por las calles dispuestos a darse traques con el que sea, sin el ruido ensordecedor y sin la mancha amarilla hecha de camisetas piratas. Ya estaba cansado del fútbol y sólo fútbol, a todas horas y en todas partes, como si una epidemia de estupidez nos hubiese contagiado a todos. Qué pereza ese sonsonete tropipop de Jorgito Celedón que dizque era la canción oficial del mundial, comparado con eso el waka waka es una sinfonía, o ese guacamayo “bambuco” todo mal pintarrajeado y para nada original, porque eso sí, cualquier evento que se haga en esta Locombia llevará por mascota un guacamayo. ¡Qué folclorismo tan barato!. Ya quería descansar de tanta publicidad Bavaria, que se nos vende como lo más autóctono de nuestra tierra y todos sabemos que es surafricana. Malísima esa propaganda de los jugadores bailando como monigotes, cuando se supone que están ahí es para jugar fútbol ¿Sería que se estaban emborrachando con el bolillo o que creyeron que esto era el mundial de salsa? Ya era bueno descansar por un rato de esos narradores que maltratan las palabras diciendo cosas tan absurdas como que “la pelota se va ancha”… ¿qué?, esos que machacan los nombres de los jugadores extranjeros o que hablan de los propios como si de sus sobrinos se tratase: orteguita, trencito, franquito o jamesito…. Por no hablar de los inmamables Hernández Bonnet y el calvo Vélez.
De otra parte, nos salvamos de tener a ese petardo de Lara en la selección mayor, que seguro iba para allá. Qué vergüenza un técnico que, en vez de estar preparando a su equipo, se la pasaba pidiéndole milagros a una virgen en Tunja o que creía que la hija le traía buena suerte. Me hizo acordar del petardo de Maradona y sus estúpidos agüeros. Es seguro que técnico cabalero no sabe de fútbol; lo que sí lamento es que ya no volveremos a ver sus lágrimas, qué técnico tan llorón, su cara de tragedia, sus excusas imbéciles como que al equipo lo afectó que el bolillo le pegara a una moza. ¡Qué sensibilidad tan hijueputa!
Para los que se subieron a ese bus de algodón, ya es hora de bajarse de toda esa mentira de la televisión, de esa parafernalia absurda con presidente a bordo, de la falsa publicidad de los patrocinadores y volver a nuestra realidad cotidiana, a estas calles inseguras y llenas de huecos, a nuestro sistema de salud en estado moribundo, al apretujamiento de los transmilenios,  a los recibos que se vencen a la velocidad de la luz, y al rebusque de la papa de todos los días. Ya es hora de dejar de endiosar negritos brutos y correlones; y, más bien, pillar que mientras estábamos pendientes de la pelota, el mundo se está cayendo a pedazos, que en Siria se están matando de lo lindo, que en Somalia se muere la humanidad de hambre, que en España o Inglaterra todavía hay gente que se indigna por la pobreza que se les vino encima, que en Noruega el terrorismo de derecha se cobró un centenar de víctimas, y que todas las bolsas van de culo pa’l estanque, lo cual debe ser muy malo.
Finalmente, lo mejor de esta eliminación es que nos ahorramos los quinientos muertos que habrían quedado si esa selección poca cosa,  con una ayudita de la FIFA, hubiese ganado el mundial. Ahora sólo rezamos para que el técnico Eduardo Lara no vaya a realizar esa terapia saludable de pegarle a la moza para superar tanta frustración.

2 comentarios:

  1. Eso si pero la eliminación sirvio para celebrar....pero la eliminación de Argentina; este pueblo perdedor se conforma con que el país de Messi no clasifique....y ahora orgullosos defienden los estadios e indignos se ponen porque dañaron el de Pereira y apuesto que los molestos ni siquiera van al estadio por vaciados...

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  2. Y me dio mucha risa ver que en el partido de hoy entre Nigeria de verde y Francia de azul, en Pereira, el estadio estaba de amarillo, y cuando acercaron la imagen, pues resulta que la gente iba en su mayoría con la camiseta de la eliminada Colombia.... ja ja ja

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